martes, 12 de abril de 2011

Este año no.

  Hoy, martes 12 de abril estamos a pocos días para que de comienzo, un año más, la Semana Santa. Y algo menos de una semana para el Lunes Santo. Un lunes que, estoy seguro de ello, me será difícil de olvidar.
Corría el año 98 cuando pasé a formar parte de esta cofradía de manos de mi gran amigo y hermano. El cual me invitó a salir de costalero, ya que el paso ese año era nuevo -cambiaba a trabajadera granadina- y se necesitaba gente. Y yo, que quería probar que era aquello de ponerse una faja, calzarse unas alpargatas y meterse bajo unas trabajaderas, no me lo pensé dos veces y me dejé "llevar al huerto".
Mi primera impresión de la gente que me encontré allí era que estaba ante un grupo de personas humildes, sencillas, trabajadoras y sobre todo muy ilusionadas.
Era un año importante para la cofradía, ya que se estrenaba paso de misterio, palio para la virgen y una nueva salida por el patio del colegio, en lugar de por la puerta de la iglesia.

Como digo, antes no había salido nunca de costalero, ya que en mi cofradía -la de toda la vida- tenía cargo de fiscal de filas en el cortejo procesional. Era un puesto en el que trabajaba codo con codo con mi padre y al que no podía defraudar y dejarle en la estacada para meterme bajo los faldones del Cristo Yacente.
Es por ello que fué bajo las trabajaderas de Jesus Orante donde experimenté por primera vez el peso de un paso, los nervios de la salida, el orgullo del trabajo bien hecho y la férrea disciplina de los ensayos. También pude ver muy de cerca, atraves de mi respiradero, los sentimientos de la gente al pasar Jesus por delante y las lagrimas serenas caer por las mejillas, tan cerca y a la vez tan lejos, que podría secarlas con mis dedos.
Bajo esas trabajaderas he pasado muchas horas de duros ensayos, cuando los teniamos dos veces por semana y duraban hasta casi cinco horas.
Por ellas han pasado muy buenas personas y somos muy pocos -se pueden contar con los dedos de una mano- los que quedamos de aquella cuadrilla del 98.

Con los años la cofradia ha ido evolucionando. El martillo cambio de capataz, se dejó de salir del patio para hacerlo desde la casa de hermandad, el acompañamiento musical -y con ello la forma de andar- tambien evolucionaron y en la cuadrilla la gente ha ido y venido.
Cambian las juntas de gobierno, los capataces y se van materializando proyectos que enrriquecen el patrimonio de la hermandad.
Pero hay una cosa que no cambia: mi titular sigue siendo el mismo.
En estos años bajo sus trabajaderas he tenido mucho tiempo para poder conversar y rezar con Él. De compartir mis temores y mis anhelos. De darle gracias por muchas cosas que solo Él sabe y por las que siempre estare en deuda. Y sobre todo, por dajarme poder llevarle sobre mis hombros cada año.

Pero como he dicho antes, este año no lo podré olvidar. Porque este año no exitirán los nervios previos, una faja no ceñirá mis riñones y no rezaré un padrenuestro en la casa de hermandad. No podré compartir con Él esas horas previas en la casa, cuando todo está tranquilo y sin apenas nadie. Cuando la estancia está plena de olores de claveles, lirios, rosas e incienso. Cuando solo estamos los dos en plena intimidad y recogimiento. No sentiré el esfuerzo de la salida o la entrada, el peso de las trabajaderas, la musica entrando por cada hueco del paso para llevarnos en volandas por las calles. Este año no rozarán mis alpargatas por las calles del Motril viejo en Lunes Santo, ni colgará de mi cuello un cordón rojiblanco con una vieja medalla. Este año no...
Pero lo que si puedo decir que habrá es un corazón puesto en sus manos a más de quinientos kilometros de Motril.

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